Por: Wilkins A. D’Oleo Jaquez
La Semana Santa no es un feriado: es una memoria con latido.
Es una oportunidad para que el alma baje el ritmo y escuche.
Es la cita anual donde el cielo vuelve a tocar la tierra… si nosotros le dejamos espacio.
La Pascua la original, la judía no fue un invento espiritual. Fue el día exacto en que Dios sacó a su pueblo de Egipto. Un pueblo con cadenas reales, con heridas abiertas, con generaciones enteras sin conocer la libertad. Esa noche no hubo alegoría: hubo luto en unas casas y esperanza en otras. Las casas marcadas con la sangre del cordero fueron protegidas. Esa fue la señal. El paso de Dios no fue romántico: fue real, urgente, liberador. Por eso la Pascua se recuerda como el día en que el opresor perdió el control, y el pueblo recuperó el derecho a caminar sin miedo.
La Pasión de Cristo no se queda atrás. A veces nos acostumbramos a decir “murió por nosotros” sin pensar lo que eso significa.
Jesús fue traicionado por uno de los suyos.
Negado por su mejor amigo.
Abandonado por la multitud que antes lo aplaudía.
Azotado, escupido, humillado públicamente.
Clavado vivo.
Y aún así, mientras colgaba de una cruz de madera, oró por los que lo mataban: “Padre, perdónalos”.
Eso no es ficción. Eso es amor en su forma más pura.
Y al tercer día, venció la muerte.
No con ejércitos.
No con venganza.
Sino con vida.
Por eso la Resurrección no es un símbolo: es el acto que partió la historia en dos. Antes de Él, y después de Él.
Y aquí es donde entramos nosotros.
Porque esa historia no es para espectadores. Es para actores.
Y hoy, si hay algo que podemos vivir de forma tangible, concreta es la prudencia.
¿Qué es prudencia hoy?
Es dejar el trago si vas a conducir.
Es no desafiar la muerte para llegar más rápido.
Es mirar a tu lado antes de acelerar.
Es decir “no voy” si no estás bien.
Es respetar los límites, las curvas, las leyes.
Es cuidar al otro como si fuera tuyo.
Es salvar vidas sin necesidad de un milagro.
Y lo decimos con el corazón apretado: República Dominicana lidera las cifras de muertes por accidentes de tránsito en el hemisferio.
Eso no es estadística.
Eso es luto en los barrios.
Eso es llanto en los ojos de nuestros seres amados.
Eso es gente que salió… y no volvió.
Por eso, esta Semana Santa no puede ser una vía de escape, sino una vía de retorno. A lo que importa y realmente tiene valor.
Que esta Pascua nos recuerde que la libertad empieza cuando entendemos que hay caminos que no debemos tomar.
Que esta Pasión nos enseñe que el dolor solo tiene sentido cuando se transforma en amor.
Que esta Resurrección no se quede en el templo, sino que se sienta en cada hogar donde alguien vuelve sano.
Y que esta prudencia, más que un consejo, sea nuestra forma de agradecer la vida.
Que el lunes no nos falte nadie.