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El peligro de ser adulador o lambiscón (lambón)

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Por: Geycer Quezada

En todos los espacios donde hay poder, influencias o intereses, aparece el mismo personaje disfrazado de amigo: el adulador. En el lenguaje popular lo conocemos como el lambiscón o lambón, esa figura que aplaude sin convicción, halaga sin sinceridad y convierte la hipocresía en su mejor herramienta de supervivencia.

Lo preocupante es que detrás de la sonrisa del adulador, casi siempre se esconde un traidor.

El arte de fingir

El filósofo Baltasar Gracián advertía que “el adulador vive de los vicios de los grandes”. Y tenía razón.

El adulador no busca servir, sino servirse.

No construye confianza, sino que la negocia.

En su mundo no hay principios, solo oportunidades.

Se acomoda según sople el viento, cambia de postura con facilidad y, cuando ya no obtiene beneficios, es el primero en dar la espalda.

Por eso, la adulación y la traición caminan tomadas de la mano.

Cuando el poder se rodea de lambones

En la política, los aduladores abundan.

Son los que se arriman al poder no por convicción, sino por conveniencia.

Aplauden cada decisión, justifican cada error y, si cambian los vientos, cambian también de bando.

Esa práctica daña la institucionalidad y corrompe los valores de cualquier proyecto, porque donde manda la adulación, muere la sinceridad.

El amigo que más daño hace

Séneca lo dijo hace siglos:

“Nada hay más peligroso que un amigo adulador; porque mientras parece complacerte, te corrompe.”

Esa frase encierra una verdad eterna.

El adulador no corrige, no advierte, no construye.

Prefiere mentir para agradar, aunque sepa que su mentira empuja al otro hacia el error.

El lambón moderno

El lambón moderno puede estar en todas partes: en una oficina, en un partido político, en una junta de vecinos o hasta en un grupo de amigos.

Sabe usar las palabras, pero no tiene palabra.

Sabe fingir lealtad, pero no conoce el valor de la honestidad.

Su único compromiso es con su propio beneficio.

Conclusión: cuidarse del falso aliado

Más que desconfiar del enemigo declarado, hay que cuidarse del adulador que se disfraza de aliado.

El enemigo te enfrenta; el adulador te hunde con sonrisas.

Y al final, como dijo Gracián:

“Más vale ser reprendido por el sabio que alabado por el necio.”

Una frase que, sin duda, sigue siendo una gran lección de dignidad.

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