Habemus Papam: León XIV y la nueva brújula moral de la Iglesia católica

Por: Wilkins A. D' Oleo Jaquez

La historia, con su aliento solemne, vuelve a pasar por el balcón central de la Basílica de San Pedro. Esta vez, con la voz cálida y firme de un hombre que une dos continentes y una misma fe: el cardenal Robert Prevost, estadounidense de nacimiento y peruano por convicción espiritual, ha sido elegido como el Papa número 267 de la Iglesia católica. Su nombre: León XIV.

La elección, sellada con la tradicional fumata blanca tras solo cuatro votaciones, fue anunciada por el cardenal Dominique Mamberti ante una Plaza de San Pedro que se estremecía entre aplausos, lágrimas y oraciones. Un cónclave veloz, decidido, que apunta a algo más profundo: una Iglesia que anhela continuidad, pero también una audaz renovación.

Un nombre cargado de historia

Al elegir el nombre León XIV, Prevost no solo abraza una identidad, sino una línea histórica poderosa. Evoca a León XIII, el gran Papa intelectual del siglo XIX, autor de la encíclica Rerum Novarum, el primer documento social moderno del Vaticano. León XIII tendió puentes entre la Iglesia y los desafíos del mundo industrial, defendiendo a los trabajadores, la justicia social y la dignidad humana.

León XIV, con ese guiño, parece declarar su intención de continuar ese legado, pero adaptado a las luchas del siglo XXI: los migrantes, los pobres, los olvidados.

Un pastor entre dos mundos

Nacido en Chicago en 1955, pero profundamente marcado por América Latina, Prevost no es ajeno a las periferias que tanto predicaba Francisco. Su trabajo en Perú lo moldeó: fue párroco, rector, juez eclesiástico y guía de seminaristas. Fue obispo de Chiclayo durante nueve años y vicepresidente de la Conferencia Episcopal Peruana.

Pero su verdadera huella está en el contacto humano: ayudando a migrantes venezolanos, caminando entre los pobres, hablando con humildad, riendo con ironía, llorando en silencio. Su español es tan suyo como su inglés, y su voz en ambos idiomas transmite lo que muchos ya perciben: una espiritualidad cercana, sin artificios, profundamente comprometida.

El León que hereda el espíritu de Francisco

Prevost fue uno de los hombres de confianza del difunto papa Francisco, quien lo llamó a Roma para dirigir el Dicasterio para los Obispos en 2023, y luego lo elevó a cardenal y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina. El nuevo papa no solo fue testigo del pontificado de Francisco, fue su ejecutor más leal.

Desde su primer discurso, León XIV dejó claro que no busca imponerse, sino proponer. Su llamado a “construir puentes” resuena como una brújula moral en un mundo fracturado. “La humanidad necesita a Cristo como puente para alcanzar el amor de Dios”, dijo, mientras agradecía en español al pueblo peruano que “ha compartido su fe y ha dado mucho”.

Una elección que rompe molde

León XIV es el primer papa con nacionalidad estadounidense y peruana, el primer norteamericano en portar la tiara simbólica, y probablemente el más latinoamericano sin haber nacido en América Latina.

El cónclave que lo eligió incluyó cardenales de Mongolia, Ruanda, Papúa Nueva Guinea y Pakistán, reflejo de una Iglesia verdaderamente global.

Y no es casualidad que su elección haya sido tan rápida: el mundo, y la Iglesia, parecen haber reconocido en Prevost no solo un equilibrio geográfico, sino un alma dispuesta a servir sin protagonismo, a escuchar antes de hablar, a actuar antes que juzgar.

León XIV: la audacia de la bondad

Su pontificado comienza bajo un signo poderoso: el del león. Pero no el león imperial de los escudos papales, sino el león bíblico que cuida a los suyos, que ruge por los débiles, que protege sin alardes.

En una época donde la verdad es moldeada por algoritmos y el poder por percepciones, León XIV representa una figura distinta: la del pastor que sabe mirar a los ojos, que prefiere la cercanía al protocolo, y cuya mayor audacia es la bondad.

Desde lo alto del balcón, con la sotana blanca ondeando como una promesa, León XIV no solo saludó a una multitud. Se asomó al mundo con una palabra sencilla, pero inmensa: paz.

Y en estos tiempos, no hay elección más revolucionaria.

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