Por: Geycer Quezada
En el sistema político siempre coexisten dos grandes roles: quienes gobiernan y quienes hacen oposición.
Ambos son necesarios dentro de la vida democrática, pero no pocas veces caen en contradicciones que dejan al descubierto la incoherencia de nuestra práctica política.
Quienes gobiernan suelen mostrarse reacios a que se les señalen sus errores, como si reconocerlos significara debilidad y no un acto de responsabilidad. Pretenden que sus fallos pasen inadvertidos, olvidando que las consecuencias no solo afectan a la oposición, sino principalmente a ellos mismos como gestores de lo público y, sobre todo, al pueblo que depositó su confianza en ellos.
Por su parte, la oposición se concentra en resaltar cada error del gobierno, como si esas fallas solo tuvieran impacto en ellos por no estar en el poder. Se olvidan de que los desaciertos repercuten en toda la sociedad, sin distinción de banderías políticas, y que criticar sin aportar soluciones convierte su rol en un simple ejercicio de desgaste, más que en una verdadera contribución a la mejora del país.
La coherencia política debería implicar que el gobierno reconozca y corrija sus fallos con humildad, y que la oposición critique con responsabilidad, proponiendo alternativas viables. Solo así la política se convierte en un instrumento de servicio colectivo y no en un escenario de intereses particulares.
En fin, gobernar